TIJUANA — Ante el cierre parcial de la frontera entre México y Estados Unidos como una medida para frenar la propagación del COVID-19, la incertidumbre se ha apoderado de muchos habitantes de las ciudades mexicanas fronterizas, los comerciantes empiezan a perder clientes y familias temen quedar dividas al no poder cruzar para ver a los suyos.
El centro de Tijuana, ciudad al sur de San Diego, lucía casi vacío el sábado pese a que los fines de semana suele estar repleto de visitantes.
“Hoy no sólo hemos visto muy escasa gente, sino que nada de clientes nos ha visitado”, lamentó Raúl Salinas, un comerciante de artesanías que en sus 10 años como vendedor jamás había vivido un sábado como éste, con calles conocidas por su afluencia turística casi vacías. “Nos ha pegado muy fuerte desde el primer día”.
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México y Estados Unidos acordaron el viernes restringir los cruces con fines turísticos o recreativos y de cualquier otra actividad considerada “no esencial”, a fin de contener un brote de coronavirus que ha contagiado a unas 20.000 personas en el vecino del norte, casi 10 veces más que los casos registrados en México.
Al excluir el tráfico comercial de la prohibición, los dos gobiernos atenuaron sustancialmente el impacto económico de la medida. Además, menos estadounidenses están viajando al sur luego que el gobierno de California ordenara a toda la población permanecer en sus hogares y el Departamento de Estado recomendara que los estadounidenses no viajen al extranjero.
Pero en Tijuana, los efectos se dejaron sentir desde el primer día.
El negocio de Salinas se encuentra a pocos metros de las garitas, donde el sábado no había ni rastro de las aglomeraciones propias del fin de semana y los taxistas esperaban ansiosos a pasajeros. Solo un puñado de personas y escasos vehículos transitaban de un país a otro.
En el cruce peatonal de San Ysidro, California, seis agentes fronterizos de Estados Unidos estaban apostados el sábado por la mañana permitiendo o negando el paso mientras otros dos elementos explicaban las nuevas órdenes.
Para trabajadores como Pablo Omar Cervantes, de 30 años y con doble nacionalidad, la rutina no se trastocó. Cervantes cruzó sin problemas el sábado a San Diego, donde labora en una casa de cambio.
“Sólo me preguntaron el motivo del cruce y la ciudadanía”, afirmó. Nadie le hizo preguntas relacionadas respecto a su salud ni sobre su tránsito entre Estados Unidos y México. Tampoco vio ninguna autoridad, ni mexicana ni estadounidense, realizando tareas de control sanitario.
Las restricciones puestas en marcha el fin de semana son un acontecimiento importante a lo largo de la frontera con mayor tránsito en el mundo. Los compradores mexicanos son vitales para los pequeños pueblos fronterizos estadounidenses y tanto en Tijuana como en Ciudad Juárez durante toda la semana hubo gran afluencia de estadounidenses que optaron por hacer acopio de productos básicos o farmacéuticos en las tiendas mexicanas.
Además, es común que la gente de ambos países cruce frecuentemente para visitar a familiares y amigos, por lo que muchos mexicanos con visas fronterizas, técnicamente de turistas, se preocupan ante la posibilidad de no poder cruzar la frontera.
Lucy Castañeda, un ama de casa de 59 años de Ciudad Juárez y quien tiene una hermana y una sobrina enfermas en El Paso, teme que eso suceda luego que las autoridades migratorias estadounidenses no permitieron a su hija cruzar hacia Estados Unidos el viernes por la noche.
Rudy Sebastián, un técnico de celulares también de Ciudad Juárez y con dos hijos estudiando en El Paso, Texas, estaba el viernes sumido en la incertidumbre y urgió a sus hijos a cruzar a México “por ese miedo de que no les dejaran entrar” luego.
Las autoridades mexicanas en un puente de Ciudad Juárez le indicaron que las medidas podrían cambiar en cualquier momento dependiendo de la situación ante la pandemia, pero pese a las muchas incertidumbres, se mostró comprensivo y resignado a aguantar “aunque tengamos que batallar un poco en lo que se soluciona todo”.